viernes, 13 de abril de 2012

Amantes de mis cuentos: Matrimonio al garete

     
Me ha dicho mi amiga que Loreto se ha divorciado. No es posible. Loreto tiene una cara preciosa, siempre se está riendo, no es muy alta y tampoco tan delgada como exige la moda actual, pero en sus formas está muy bien proporcionada.

Para los griegos la inteligencia era azul y, si buscamos la gama de los azules, Loreto es azul claro, no destaca, pero nunca haría el ridículo en una reunión de intelectuales pues sabe escuchar y eso es de inteligentes. Para los Celtas, el azul, era el color de la verdad y en ella se puede confiar.

Con tantos atributos ¿cómo es posible que su matrimonio fracasara? Claro que su marido Fernando es pelirrojo y este color según los entendidos trae mal fario. Dicen que Judas Izcariote también era taheño y es un color que asocian al adulterio. Y justo Fernando tuvo una explosión del color de su cabello una tarde soleada de marzo.

Loreto se había ido de compras con una amiga y regresó más temprano de lo esperado encontrándose a su marido y a una vecina en su propia cama. En ese intervalo de tiempo que existe hasta que se reacciona, Loreto, sintiéndose traicionada, pensó que era cierto ese refrán popular “por la caridad entra la peste”. Esa vecina, la misma que ahora estaba desnuda en su cama, había recibido todo el apoyo de Loreto y Fernando cuando a su marido le dio un infarto y luego cuando no lo rebasó, ellos ayudaron a la nueva viuda a nivel personal como económico y por lo que ahora veía Loreto, Fernando se había extralimitado en la ayuda.

Éste saltó de la cama poniéndose los pantalones, tomó por los hombros a Loreto dándole la vuelta, sacándola del dormitorio camino del salón, al tiempo que le decía: cariño, no es lo que estás pensando.

Loreto quitó las manos de Fernando de sus hombros, se sentó en el sofá, se arregló la falda y le dijo: -Te doy cinco minutos para que inventes una historia que me convenza.

La historia de Fernando no convenció.

Loreto, dando muestras de una gran delicadeza, le dijo: Me voy y cuando regrese no quiero ver a ninguno de los dos en casa e intenta no dejar rastro de vuestra presencia. Mi abogado se pondrá en contacto contigo.

Regresó pasada las doce de la noche y tal como había indicado encontró su casa. Puso la llave en la cerradura y pasó el pestillo. En la cocina se preparó algo para cenar y se acostó en otra habitación. Lloró sin consuelo durante toda la noche.

A la mañana siguiente, efectuó varias llamadas por orden de importancia. A su sucursal bancaria, a su trabajo, a su abogado, a sus padres, a un transportista que esa mañana sacó la cama matrimonial de la casa, la llevó a un aserradero y la hizo leña, a una casa de limpieza para que desinfectaran la habitación, cosa que hicieron esa tarde, a su amiga, la misma que me comentó lo sucedido, no llamó a los suegros, eso era cosa de Fernando.

Al llegar la noche, todo lo que se había propuesto hacer estaba hecho. Se imaginó en el nuevo papel que le tocaba representar y pensó que le hubiese gustado más el papel de viuda. Entró en el dormitorio y al ponerse el pijama de raso amarillo que tenía bajo la almohada, le vino a la mente la muerte de Molière. Se acostó. Lágrimas de dolor pugnaban por salir. Cerró los ojos con fuerza para evitarlas y un arco iris de colores estalló en su mente. Cada color le mostró un camino. Despacio se sentó en la cama. Se levantó. Y cambió su pijama por uno de color verde.



Publicado en: Cartílagos de tiburón
Edición: Taller de Escritura de Madrid
Madrid 2005
© Marieta Alonso Más

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