viernes, 29 de noviembre de 2013

Robert Capa (octubre de 1913 – mayo de 1954)


 
Robert Capa




Se cree que fuera el más famoso corresponsal gráfico de guerra, del siglo XX.

Nació en Budapest, de familia judía. Su nombre Endre Ernö Friedmann.

A los dieciocho años abandona Hungría y se establece en París como reportero gráfico en la revista Regards para cubrir las movilizaciones del Frente Popular. Allí conoce a la fotógrafa alemana Gerda Taro, su compañera. Es cuando se inventan el nombre de un supuesto fotógrafo norteamericano, Robert Capa. Este seudónimo fue utilizado indistintamente por los dos, lo que ha dado origen a una polémica sobre quién de los dos tomó en realidad algunas de sus fotografías más relevantes.

Unos retratos de Trotski le dan el primer empujón. Se traslada a España.
Muerte de un miliciano

Su instantánea más conocida la realizó durante la guerra civil española: “Muerte de un soldado republicano”, tomada en Cerro Muriano, en el frente de Córdoba, el 5 de septiembre de 1936. Hay una gran controversia sobre si es una imagen real o un montaje. Su compañera Gerda muere en Brunete, atropellada por un tanque.

Desde 1941 hasta 1945 trabajó como corresponsal de guerra cubriendo la Segunda Guerra Mundial. Captó algunos de los grandes momentos de la historia moderna como, el desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944, en la playa Omaha, nombre dado para la operación; la liberación de París; el nacimiento de Israel en 1948 y la guerra de Indochina.

Popularizó una frase: “Si la foto no es buena, es que no te has acercado lo suficiente”.

En 1947 fundó con otros colegas la agencia de fotografía Magnum Photos, la primera agencia de fotógrafos independientes y un verdadero banco que guarda miles de imágenes, de lo más importante en el mundo, desde la Segunda Guerra Mundial. Su legado es de unos setenta mil negativos. Testimonio visual reunido en veintidós años, no solo de escenarios de guerra sino también del mundo artístico. Sus fotografías son atrevidas, anteponiendo el drama, el momento, el instante. El espectador se siente involucrado por la gran humanidad de sus imágenes, su fuerza incomparable. Quizá por ello, hoy, se han convertido en iconos de la lucha, la resistencia y la dignidad humana frente al sufrimiento.

Robert Capa, máquina en mano, acompañando una expedición del ejército francés durante la primera guerra de Indochina, resultó herido mortalmente al pisar una mina, el 25 de mayo de 1954.


Se convirtió en leyenda.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Leyendas iroquesas: El regalo del Gran Espíritu



Mujeres iroquesas
Grabado del siglo XVII


Cuentan que hace muchos, muchos inviernos, en un pequeño poblado Iroqués apareció un día un anciano vestido con harapos. Parecía cansado. Entró en el pueblo y miró la puerta de cada casa. Sobre las puertas podían verse los emblemas de los clanes de sus ocupantes.

El anciano se dirigió a una choza que tenía por emblema la figura de la Tortuga. Llamó a la puerta, pidió comida y alojamiento por esa noche. Pero, la mujer que salió le dijo que se fuera.

Dirigió entonces sus pasos a la casa que tenía al Pato por emblema sobre la puerta. Cuando pidió comida le contestaron que se marchara.

Entonces recorrió las casas que pertenecían a los clanes del Lobo, de la Nutria y del Ciervo, de la Anguila, la Garza y el Águila y en cada una de ellas le trataron con desprecio y le echaron.

Al fin, cansado y abatido, el anciano llegó al final del pueblo. Allí vio una pequeña cabaña y colgando sobre la puerta la cabeza de un oso negro. Era la casa del Clan del Oso.

Una mujer también anciana salió de la casa y al verle tan cansado, preguntó al extraño si quería descansar en su humilde morada y compartir con ella el poco alimento que le quedaba. Él aceptó. Extendió una mullida piel de ciervo sobre un camastro y le preguntó si quería reposar allí su cansado cuerpo.

Al día siguiente, el anciano enfermó con una fiebre muy alta. Le pidió a la mujer que fuera al bosque y le consiguiera cierta clase de planta. La instruyó sobre la manera de preparar dicha planta para hacer con ella la medicina que necesitaba.

Una vez tomada la medicina, el anciano se recuperó. Sin embargo, aquel hombre volvió a caer enfermo en días sucesivos y cada vez con distintas enfermedades. Y para cada enfermedad enviaba a la anciana al bosque a recolectar diferentes clases de hierbas. Y cada vez que regresaba con las hierbas, el anciano le daba instrucciones sobre su preparación y le indicaba cómo hacer con ellas las medicinas que cada una de sus enfermedades precisaba. Y siempre tras tomar la medicina, sanaba.

Un día que la anciana trabajaba fuera de la casa vio que ésta despedía una gran luz. Se fijó más y vio a un apuesto joven de pie ante la puerta de su choza de madera. Su cara brillaba como el Sol. El corazón se le llenó de miedo al pensar que quien estaba ante ella era un Espíritu.

Pero el joven replicó: "No tengas miedo, buena mujer. Soy tu Creador. He vuelto a las casas de los Iroqueses bajo la forma de un anciano. He vagabundeado de casa en casa pidiendo comida y abrigo. Se lo pedí al Clan de la Tortuga, al del Pato, al del Lobo, al Clan de la Nutria, al del Ciervo, al de la Anguila y al de la Garza. Se lo pedí también al Clan del Águila, pero en todas partes me rechazaron. Solo tú, el Clan del Oso, me abrigaste y me alimentaste. Por esta razón te he enseñado los remedios para curar enfermedades.  Muchas veces caí enfermo, muchas veces te envié al bosque a coger hierbas. Te enseñé a extraer las medicinas de ellas. Cada vez que tomaba esas medicinas sanaba. Por ello desde este día todos los médicos y curanderos pertenecerán al Clan del Oso. Los miembros de tu Clan serán los eternos Guardadores de la Medicina, por los tiempos de los tiempos".



Fuente: Cuentos de los indios iroqueses, Miraguano Ediciones, Madrid, 1984.  

lunes, 25 de noviembre de 2013

Ramón L. Fernández y Suárez: Paisajes Castellanos




ESPADAÑAS, CIPRESES  y  CHOPERAS



No siempre es bueno escribir desde el pasado porque limita el horizonte de la mente y ello suele reducir las cotidianas percepciones que la enriquecen, que la alegran. Entregarnos a la degustación de los paisajes por los que atravesamos y constituyen el cambiante escenario de la vida nos mantiene alerta, mientras se potencia nuestra proyección hacia el futuro. Siempre hay un futuro; a veces promisorio, a veces triste, cercano, remoto, las más de las veces intangible; todo según la mente que lo sueñe. Pero el presente es la certeza, la realidad que nos regala y el aire que alimenta nuestra llama. Es el supuesto que nos permite obrar, acertada o torpemente; que nos ofrece la oportunidad de corregir errores y disfrutar el tiempo que vivimos. Ese razonamiento me hace registrar en los archivos de la mente todo cuanto de forma inesperada ilumina sus rincones proporcionando colorido y emoción al transcurso de mis días.

Me gusta ver las espadañas, imagen medieval de las Españas. Silente testimonio.  Sencillo equilibrio de ladrillos. Voz sonora en la estepa castellana. Su modesta arquitectura enriquece aquel paisaje en el que hacen referencia. Coronando ermitas, ennobleciendo fachadas conventuales o apenas evocando esplendores del pasado, sugieren siempre esfuerzos trascendentes, grácil energía creadora. Artística imaginación ajena a la soberbia de las torres.

Me gustan los cipreses, dentro y fuera de entornos funerarios. Suelen parecerme coloreados fustes olvidados desde épocas pasadas. Su modesta y tenaz longevidad no está lejos de la concepción arquitectónica por su silente, triunfante aceptación de sequías, nevadas y rosadas. La grácil solemnidad de su presencia se me antoja un natural ejemplo que nos invita a economizar el gasto de los recursos naturales. Sempervirens. Hagamos de su nombre una divisa.

¡Qué elegantes las choperas! Alineadas en bosques junto al río, la laguna o la corriente. Qué generosa su enramada brindando  placentera sombra en las ardientes tardes estivales. Cuando sus copas, batidas por la brisa, muestran el reverso de las hojas, escamas plateadas parecen desde lejos, piel de peces que nadan por los aires alejados de las playas.

Castillos roqueros hay en todas partes. Restos de señeras fortificaciones que hoy nos hablan de pasados esplendores, de victorias y dolores. Su presencia pertinaz y degradada continúa dando vida al entorno en que se alzan. Cual seculares árboles derrotados por el tiempo son ejemplos de contribución al mensaje de la historia. Su presencia en el paisaje ofrece al ojo atento, ventana abierta al mundo por donde se asoma nuestra mente, un objetivo en que posar,  para el reposo, nuestra fatiga del presente.

El mes de agosto castellano, tras la hoz y la guadaña, enriquece la mirada con el rojo de los campos roturados y el dorado pajizo de los restos de la siega. La luz solar omnipresente hace vibrar en la retina las líneas del paisaje. No logra el calor adormecer, a la caída de la tarde, el entusiasmo que provoca la contemplación de la anchura castellana. Los cargados racimos de las vides, besando el suelo, quieren devolverle el color que este les presta. Ocres, rojos y dorados rasgos de esta estética rural en ambas mesetas carpetanas.




© Ramón L. Fernández y Suárez


domingo, 24 de noviembre de 2013

Brújulas y Espirales: Elena Poniatowska

Blog  literario Brújulas y Espirales

sábado, 26 de marzo de 2011


LEONORA, LA NOVIA DEL VIENTO, LA YEGUA DE LA NOCHE


Leonora
Elena Poniatowska
Editorial Seix Barral, Barcelona 2011, 510 páginas.


A lo largo de su dilatada carrera como periodista y narradora, Elena Poniatowska le ha dado voz en las páginas de sus obras a los sin voz de su país, entre ellos a Josefina Bórquez, en la ficción Jesusa Palancares de Hasta no verte Jesús mío (1969), una lavandera y medium que participó e la revolución mexicana, permitiéndole conocer la verdadera miseria del México real. Pero Elena Poniatowska, ella misma una leyenda, también le ha prestado su palabra y su fantásticas imposturas a otras mujeres, mexicanas o no, a las que admira o con las que se conduele (Tina Modotti de Tinísima, Angelina Beloff de Querido Diego. Te abraza Quiela). En esa misma tradición se inserta su última novela, Leonora, con la que ha conseguido el Premio Biblioteca Breve 2011.
Desde el punto de vista literario, Leonora es una sutura de géneros: biografía y ficción, o como confiesa la escritora, “una novela inspirada en Leonora Carrington, pero en vez de una historia alusiva, decidí escribir directamente sobre ella”. Y a fe que la vida de Leonora Carrington (Lancashire 1917) tiene mucho de novela. Hija de un magnate de la industria británica y de una mujer irlandesa, de la que hereda su querencia por la alífera y subterránea magia celta. Para el padre, “rey de la negrura”, que trasuda autoridad en cada acto o en cada palabra, la manera de vivir de su hija está determinada por su nacimiento y por su herencia. Pero Leonora nace con un decálogo de rebeldía incrustado en sus genes y, si su padre piensa que a las mujeres hay que educarlas para complacer, ella se muestra rebelde, inasible, excéntrica, iluminada, capaz de transformar su libertad en fuerza viva. Rompe convenciones sociales y ataduras religiosas y decide realizarse como persona y como artista. Lo hará en el movimiento surrealista, seducida por la personalidad y la obra de uno de sus máximos pontífices, Max Ernst, del que se convierte en discípula y amante alucinada. Y Max, orgulloso, la exhibe como su novia del viento y su yegua de la noche.
Elena Poniatowska
Ella es la encarnación de los que André Breton llamó l’amour fou. Rompe esquemas y se consagra a ser rebelde. Mas su rebeldía es sagrada y la saca de su interior cuando quiere, no cuando alguien se lo ordena. Elena Poniatowska describe con inmensa fuerza verbal su irrefrenable relación amorosa con Max Ernst. Y también la crisis de locura cuando, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, la policía francesa confina al alemán en un campo de concentración. Su estancia en el Madrid de la posguerra civil, su obsesión antifascista. Y, convertida en una piltrafa humana, su encierro en un manicomio para ricos de Santander, donde aplacan sus incontenibles delirios con Cardiazol. Su fuga de los psiquiatras españoles, el escape del continente de la locura y su inserción en México D.F, al que embruja con sus colores, sus cuentos, sus delirios. Sus matrimonios, sus hijos, su labor pictórica y literaria, su amistad con la pintora Remedios Varo, la vivencia aterrorizada de la “balancera” de Tlatelolco, porque en aquella revuelta estudiantil participaban sus hijos.
La novela es un tributo a la fuerza incontenible de esta mujer que se lanza al vacío, segura de los que lleva dentro. Fanática de sus convicciones. Así fue y así es Leonora Carrington, una figura extraordinaria y a la vez perturbadora, en la que fermentan todos los sueños y pesadillas del “glorioso” siglo XX.
La capacidad de Elena Poniatowska para fabular esta biografía es infinita, casi tan grande como el delirio creativo de Leonora Carrington, legado de su sangre celta. Recrea además la periodista y escritora con gran agudeza el movimiento surrealista, el vivir alucinado de sus representantes, su magisterio subversivo, repleto, sin embargo de contradicciones. Un torbellino estético que arrebata por su fuerza creadora y que congrega y destruye a muchas mujeres quizás, porque como decía Breton, esta nueva forma de ver el mundo se centra en lo femenino, como alternativa a la lógica secular patriarcal.
Como ya quedó señalado, en este retrato de la personalidad secreta y privada de Leonora Carrington, la escritora mexicana conjuga ficción e historia, historia biográfica. La ficción, como marcador semántico que es, somete a sus leyes a todo lo que toca. No es esta pues en puridad una novela histórica, una biografía. Sin embargo, esa lengua fuerte, incontenible, a veces arrebatada de Elena Poniatowska y la musicalidad de su prosa ilustran bellamente la increíble existencia de Leonora Carrington, esa fantasiosa e indomable novia del viento y yegua de la noche como la quiso ver Max Ernst. O como la hiena, su otro yo, como ella se percibe en su único autorretrato en el que substituye al caballito del balancín de su niñez, que huye hacia la libertad de los árboles. Porque “hay que volar por encima de todo”.


Leonora Carrington, Autorretrato en el Albergue del Caballo del Alba
"Max contiribuye con un caballito mecedora comprado en una tienda de antigüedades que Leonora pinta al lado de la hiena, su otro yo, en el cuadro que comenzó en The inn of the daw horse. Le da las últimas pinceladas a sus pantalones blancos y a sus cabellos alborotados. Tártaro huye por la ventana hacia la libertad de los árboles. Hay que volar por encima de todo. La vida estalla dentro de Leonora, no hay vuelta atrás, galopa como lo hacía sobre Winkie, barre con cualquier osbtáculo. Dragones de dedos largos y sepientes monstruosas con hocicos de jabalí podrían desgarrar su piel, que ella seguiría adelante. Es una potrenca, respinga, levanta remolinos. Nada la detine. Su fuerza anonada al pintor, que no la deja ni de noche ni de día, y la acecha inquieto, no vaya a escapárse como el caballo de su autorretrato".
(Elena Poniatowska, Leonora, página 83.)

viernes, 22 de noviembre de 2013

JFK: Medio siglo de su muerte


 
John Fitzgerald Kennedy
        





Han pasado cincuenta años desde aquel 22 de noviembre de 1963 en que, el mundo recibió la noticia y las imágenes del asesinato del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy.


Su vida en píldoras.


JFK nació a las tres de la mañana del martes 29 de mayo de 1917, en el número 83 de la calle Beals, en Brookline, Massachusetts, en una familia católica de origen irlandés.  Fue el segundo de nueve hermanos. Estudió en Harvard. En la II Guerra Mundial le conceden dos medallas “El corazón de púrpura” y la de “la Marina”. Fue corresponsal en San Francisco. Miembro del Congreso en 1948. Elegido senador en 1951. Se casó con Jacqueline Lee Bouvier en 1953. Premio Pulitzer en 1957. Presentó su candidatura a la presidencia en 1960.

Se le solía atacar por ser católico. Y en su discurso ante la Asociación Ministerial de Houston el 12 de septiembre de 1960, dijo:

“Al contrario de lo que los periódicos señalan, yo no soy el candidato católico a Presidente. Soy el candidato del Partido Demócrata a Presidente, que resulta que también es católico. No hablo por mi iglesia en temas públicos –y la iglesia no habla por mí…". 

El debate entre Kennedy y Nixon, el 26 de septiembre de 1960 fue, el primer debate transmitido por la televisión en la historia de los Estados Unidos, a partir del cual la televisión pasaría a ejercer un rol predominante en la política.

En 1961, JFK, con cuarenta y tres años de edad, se convierte en la persona más joven elegida como Presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, no fue el más joven en ejercer el cargo pues en 1901, el vicepresidente Theodore Roosevelt, de cuarenta y dos años de edad, ejerció como presidente tras el asesinato del Presidente William McKinley.

Durante su mandato tuvo lugar el desastre de Bahía de Cochinos en Cuba, abril de 1961. La creación de la “Alianza para el Progreso” y “El cuerpo de la Paz”. La revaluación del dólar estadounidense. La Comisión interestatal de Comercio que prohíbe la segregación racial en los transportes. La construcción del muro de Berlín. La crisis de los misiles, octubre de 1962. La distensión entre Washington y Moscú. El inicio de la carrera espacial. Los primeros pasos hacia la Guerra de Vietnam. La marcha de negros y blancos hacia el mausoleo de Lincoln, proyecto de ley para erradicar la discriminación. Se logra en Estados Unidos producir electricidad a partir del plutonio. Crisis en el Congo. Concilio Vaticano II. Muere Juan XXIII y se nombra Papa a Pablo VI. El Mercury-Atlas con un chimpancé realiza dos órbitas alrededor de la tierra. Yuri Gagarin en el Votok I, es el primer hombre en viajar al espacio exterior. Las pilas solares transforman la energía solar en electricidad, etc.

A las doce y media de la mañana del 22 de noviembre de 1963 el Presidente Kennedy recibe varios impactos de bala en la calle Elm de Dallas (Texas). Media hora más tarde fue declarado muerto. Lee Harvey Oswald fue arrestado unos ochenta minutos después de los disparos y asesinado dos días después por Jack Ruby cuando iba a ser trasladado de prisión.  Lyndon B. Johnson crea la Comisión Warren para investigar el asesinato. Las conclusiones de esta Comisión siguen siendo objeto de debate, tanto académico como popular.

El cuerpo de Kennedy fue trasladado a Washington D.C. al ala este de la Casa Blanca. El 24 de noviembre el ataúd fue transportado en un armón tirado por caballos desde la Casa Blanca hasta el Capitolio, donde fue velado públicamente. El lunes 25 de noviembre se realizó el funeral de estado, misa en la Catedral de San Mateo y entierro en el Cementerio Nacional de Arlington.

John F. Kennedy y William Howard Taft son los únicos Presidentes de los Estados Unidos enterrados en el Cementerio de Arlington.

Muchos de los discursos de Kennedy son considerados como iconos, especialmente su discurso inaugural:

… No se pregunten lo que su país puede hacer por ustedes, pregúntense lo que ustedes pueden hacer por su país…”. 20 de enero de 1961.

“… Elegimos ir a la Luna, en esta década… no porque sea fácil, sino porque es difícil… Porque esta meta, servirá para organizar y probar lo mejor de nuestras energías y habilidades…”. 12 de septiembre de 1962.

“… Hoy en el mundo de la libertad no hay mayor orgullo que poder decir “Ich bin ein Berliner” (Soy berlinés)”. 11 de junio de 1963.  



miércoles, 20 de noviembre de 2013

De El Bosco a Tiziano. Arte y maravilla en El Escorial

Cristo coronado de espinas
Hieronymus van Aeken Bosch "El Bosco"
Fray José de Sigüenza defendía la pintura de El Bosco
frente a los que veían en ella meros disparates y aún sentimientos heréticos.


Fue en el Palacio Real de Madrid donde pudimos ver esta exposición.

Hace cuatrocientos cincuenta años, el 23 de abril de 1563, se colocó la primera piedra del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. La pasión arquitectónica del rey Felipe II hizo posible que esta maravilla adusta e impasible,  donde la unidad de lenguaje artístico, arquitectónico y decorativo se hace patente, se terminase apenas veinticinco años después de comenzada.

Felipe II anciano
Juan Pantoja de la Cruz
Retrato de corte donde se resalta los símbolos de su rango

Tallado en piedra de granito de Guadarrama ha servido como Convento jerónimo, luego agustino, es Panteón Real, lugar de enterramiento de la dinastía de los Habsburgo, colegio y escolanía; depósito de pinturas, cantorales, genealogías, biblioteca, cinco libros miniados, que hoy podemos verlos juntos en esta exposición. El Patrimonio Nacional nos presenta lo mejor y menos conocido de las colecciones escurialenses. 
  
Cantoral

Al entrar en la primera sala podemos ver las láminas de Pedro Perret a partir de los diseños de Juan de Herrera. A continuación podemos contemplar ciento cincuenta y cinco obras, de Alonso Sánchez Coello, Juan Pantoja de la Cruz, Antonio Moro, Juan Fernández de Navarrete “El Mudo”, Gérard David, Bernard Van Orley, Michel Coxcie, Tiziano Vecellio, Hieronymus van Aeken Bosch “El Bosco”, y otros. 


San Pedro y San Pablo
Juan Fernández de Navarrete "El Mudo"
Clasicista y monumental está inspirada de manera directa en
 las figuras de Platón y Aristóteles de la Stanza della Signature
en el Vaticano de Rafael Sanzio.

Las pinturas muestran que Tiziano fue uno de los pintores favoritos de Felipe II, que sin embargo, nunca se avino a mudarse desde Venecia a la corte madrileña, su gusto por Michel Coxcie, su fe en Juan Fernández Navarrete, su devoción por El Bosco. 



      

Camino del Calvario
"El Bosco"

Camino del Calvario
Tiziano Vecellio






lunes, 18 de noviembre de 2013

Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936)

Mario Vargas Llosa
Feria del Libro en Gotemburgo
22 de septiembre de 2011



Consejos a un joven novelista

Solo quien entra en literatura como se entra en religión, dispuesto a dedicar a esa vocación su tiempo, su energía, su esfuerzo, está en condiciones de llegar a ser verdaderamente un escritor y escribir una obra que lo trascienda.

No hay novelistas precoces. Todos los grandes, los admirables novelistas, fueron, al principio, escribidores aprendices cuyo talento se fue gestando a base de constancia y convicción.

La literatura es lo mejor que se ha inventado para defenderse contra el infortunio.

En toda ficción, aun en la de la imaginación más libérrima, es posible rastrear un punto de partida, una semilla íntima, visceralmente ligado a una suma de vivencias de quien la fraguó. Me atrevo a sostener que no hay excepciones a esta regla y que, por lo tanto, la invención químicamente pura no existe en el dominio literario.

La ficción es, por definición, una impostura -una realidad que no es y sin embargo finge serlo- y toda novela es una mentira que se hace pasar por verdad, una creación cuyo poder de persuasión depende exclusivamente del empleo eficaz de unas técnicas de ilusionismo y prestidigitación semejantes a las de los magos de los circos o teatros.

En esto consiste la autenticidad o sinceridad del novelista: en aceptar sus propios demonios y en servirlos a la medida de sus fuerzas.

El novelista que no escribe sobre aquello que en su fuero recóndito lo estimula y exige, y fríamente escoge asuntos o temas de una manera racional, porque piensa que de este modo alcanzará mejor el éxito, es inauténtico y lo más probable es que, por ello, sea también un mal novelista (aunque alcance el éxito: las listas de bestsellers están llenas de muy malos novelistas).

La mala novela que carece de poder de persuasión, o lo tiene muy débil, no nos convence de la verdad de la mentira que nos cuenta.

La historia que cuenta una novela puede ser incoherente, pero el lenguaje que la plasma debe ser coherente para que aquella incoherencia finja exitosamente ser genuina y vivir.

La sinceridad o insinceridad no es, en literatura, un asunto ético sino estético.

La literatura es puro artificio, pero la gran literatura consigue disimularlo y la mediocre lo delata.

Para contar por escrito una historia, todo novelista inventa a un narrador, su representante o plenipotenciario en la ficción, él mismo una ficción, pues, como los otros personajes a los que va a contar, está hecho de palabras y sólo vive por y para esa novela.

El de las novelas es un tiempo construido a partir del tiempo psicológico, no del cronológico, un tiempo subjetivo al que la artesanía del novelista da apariencia de objetividad, consiguiendo de este modo que su novela tome distancia y diferencie del mundo real.

Lo importante es saber que en toda novela hay un punto de vista espacial, otro temporal y otro de nivel de realidad, y que, aunque muchas veces no sea muy notorio, los tres son esencialmente autónomos, diferentes uno de otro, y que de la manera como ellos se armonizan y combinan resulta aquella coherencia interna que es el poder de persuasión de una novela.

Si un novelista, a la hora de contar una historia, no se impone ciertos límites (es decir, si no se resigna a esconder ciertos datos), la historia que cuenta no tendría principio ni fin.


viernes, 15 de noviembre de 2013

Dichos populares: Estar entre Pinto y Valdemoro






En su origen esta expresión madrileña se aplicaba a aquel que llevaba encima unas copas de más. Hoy se utiliza más cuando alguien duda entre dos opciones o mantiene una actitud que no es lo uno ni lo otro.

Pinto y Valdemoro son dos pueblos cercanos a Madrid cuyos términos municipales están divididos por un arroyo.

Cuentan que un borrachín muy popular se divertía saltando el arroyuelo y diciendo: ¡Ahora estoy en Pinto. Ahora estoy en Valdemoro!

Una de las veces cayó en mitad del riachuelo y dijo: ¡Ahora estoy entre Pinto y Valdemoro!

En algunos de los alrededores de Pinto se suele llamar “pintón” a quien está ligeramente achispado.

Otra opinión es que Valdemoro fue una villa de origen árabe que en el año 1083 fue conquistada por Alfonso VI. Pinto posiblemente también tuvo un origen árabe pero mucho antes se hizo cristiano. Esta convivencia entre musulmanes y cristianos, cuya única frontera era un riachuelo, pudo ser la causa del origen de esta expresión.




Fuentes:
Suplemento de Muy interesante. El libro de los Dichos.
Wikipedia, La enciclopedia libre
Díez Barrio, Germán: Dichos populares castellanos


domingo, 10 de noviembre de 2013

Ramón L. Fernández y Suárez: Reseña "El Emperador"




Hemos leído

Revista de la Universidad Politécnica de Madrid nº 12 diciembre 2008


Ficha Técnica
Título: El Emperador
Autor: R. Kapuscinski
Ed.: Anagrama. 10ª edición
Año: 2008
ISBN: 978-84-339-2514-5


Es en nuestro tiempo cuando las distancias estilísticas que han marcado la evolución del pensamiento escrito parecen superar la tradicional escisión entre los profesionales de la palabra para acercar literatura y periodismo. Este último innegablemente ha producido en todos los idiomas figuras señeras del lenguaje y fue contemplado hasta no hace mucho tiempo como un género ocasionalmente productor de florecimientos fugaces que poco tenían que ver con las grandes y universalmente famosas obras de la narrativa, la épica y el ensayo, las cuales quedaban intemporalmente consagradas en la historia de la cultura.

Ciertamente buenos periodistas pueden encontrarse escribiendo obras famosas desde las postrimerías del siglo XIX. Ellos utilizaron sus viajes y experiencias profesionales como fuente fenomenológica para crear relatos publicados como libros, algunos realmente extraordinarios. Pero la fusión entre el lenguaje periodístico (donde priman información, brevedad y contundencia) y el lenguaje literario no cobra forma sino hasta hace pocas décadas. Entre nosotros, Pérez Reverte constituye un buen ejemplo de todos conocidos, al margen de la aceptación que su obra literaria pueda suscitar en los lectores.

Siguiendo esta misma línea creativa hoy presentamos un ejemplo excepcional de todo cuando hemos apuntado anteriormente. El polaco Kapuscinski, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003, logró aunar con brillantez periodismo y literatura a través de su dilatado catálogo de publicaciones, donde los temas histórico-contemporáneos resultan siempre documentados con experiencias de primera mano. Solo por citar un buen ejemplo que acredite su saber hacer mencionaremos Ébano, a través del cual el lector entra en contacto real con el distante mundo de la africanidad durante las primeras décadas de su descolonización definitiva. No obstante, la obra a la que nos aproximamos, El Emperador (originalmente publicada en Varsovia en 1978) nos introduce en un mundo geográfica y espiritualmente lejano para sus contemporáneos occidentales por aquel entonces. 

Los hechos que describe e intenta interpretar son: la caída durante el último tercio del pasado siglo del imperio etíope, autoproclamado único heredero y reivindicativo de legitimidad basada en ancestros tan significativos para nuestra cultura como el rey Salomón, fundador del templo de Jerusalén; así como la subsecuente desaparición de su cabeza visible, el Negus de Etiopía. Para cuantos asistíamos desde la información periodística (escrita o televisiva) a tales acontecimientos, siempre nos quedó una cierta sensación de insuficiencia. Las informaciones aparecían de forma contradictoria. El acontecer que reseñaban no siempre parecía congruente. Había zonas en sombra que no permitían comprender qué estaba ocurriendo realmente en el cuerno de África. Bien es cierto que con frecuencia las agencias de noticias “matizan” sus informaciones guiadas por muy diversos intereses. Otras veces los mismos protagonistas de los hechos intentan maquillar sus actuaciones. Por ello, es aquí donde reside el auténtico valor de la obra que ahora comentamos. Su autor tardó tres años en recabar información, pedir diversas interpretaciones de los mismos hechos a espectadores y protagonistas de segundo orden (los personajes de primera línea o bien habían sido ajusticiados o guardaban sus huesos y miserias, en oscuras y remotas prisiones) afrontando a veces –labor de periodistas- peligrosas contingencias de variada índole para lograr articular una aproximación a la historia real de aquellos acontecimientos que desembocaron en la captura y posterior fallecimiento (¿) de Haile Selassie I, el “Rey de Reyes”, “El León de Judá”.

Este libro, rigurosamente histórico, es a través de sus más de 200 páginas una obra mayor de finísima ironía disfrutable tanto en su severo contenido como en su imaginativo desarrollo formal. Historia reciente contada con respetuosa fidelidad a la verdad que se abre paso a través de un paciente trabajo de investigación y que resulta tremendamente educativa al poner de relieve las similitudes con otras dolorosas realidades del mundo contemporáneo, donde parece existir un denominador común que subyace bajo el entramado de cada dictadura.


Buena traducción, donde se aprecia la calidad dual que la ha llevado a cabo. La ingeniosa concepción de los capítulos de la narración no concede amplio margen para la novelización allí donde pudieran aparecer vacíos de una información que a todas luces va apoyándose en contenidos noticiosos paralelos a la investigación de primera mano. Obra recomendable, en fin para la lectura sosegada y la referencia histórica. 


© Ramón L. Fernández y Suárez
Licencia Creative Commons

Hemos leído El emperador por Ramón L. Fernández y Suárez

    

jueves, 7 de noviembre de 2013

Alejandro Chanes: Pasatiempo



He dejado de hacer el crucigrama del periódico. Resulta que, a su lado, han puesto la lista de los fallecidos.

Todo comenzó cuando, hace unos días, mientras pensaba: “río de Europa de cuatro letras”, mis ojos se detuvieron en la dichosa relación. Y allí estaba, Inocencio Peñascosa, 62 años, mi edad. Dejé enseguida el crucigrama, no fuera a ver otro nombre de igual característica, pero ya me habían dado el día.
Lo comenté con un amigo, buscando comprensión, y me dijo que yo era un neurótico. Claro que le respondí que yo sería un neurótico pero que él, que suma los años de los difuntos y saca la media, era un masoquista.


Ahora leo los pronósticos del tiempo, no sea que algún catarro inesperado, me sitúe en el fatídico repertorio.        





martes, 5 de noviembre de 2013

José María Heredia: Niágara


José María Heredia
(Santiago de Cuba, Cuba, 1803 - Toluca, México, 1839





Dadme mi lira, dádmela, que siento
en mi alma estremecida y agitada
arder la inspiración. ¡Oh! ¡Cuánto tiempo
en tinieblas pasó, sin que mi frente
brillase con su luz…! Niágara undoso,
sola tu faz sublime ya podría
tornarme el don divino que ensañada
me robó del dolor la mano impía.

Torrente prodigioso, calma, acalla
tu trueno aterrador; disipa un tanto
las tinieblas que en torno te circundan,
y déjame mirar tu faz serena,
y de entusiasmo ardiente mi alma llena.

Yo digno soy de contemplarte; siempre
lo común y mezquino desdeñando,
ansié por lo terrífico y sublime.

Al despeñarse el huracán furioso,
al retumbar sobre mi frente el rayo,
palpitando gocé; vi el Océano
azotado del austro proceloso
combatir mi bajel, y ante mis plantas
sus abismos abrir, y amé el peligro
y sus iras amé; mas su fiereza
en mi alma no dejara
la profunda impresión que tu grandeza.

Corres sereno y majestuoso, y luego,
en ásperos peñascos quebrantado,
te abalanzas, violento, arrebatado,
como el destino, irresistible y ciego.

¿Qué voz humana describir podría
de la sirte rugiente
la aterradora faz? El alma mía
en vagos pensamientos se confunde
al contemplar la férvida corriente,
que en vano quiere la turbada vista
en su vuelo seguir al borde oscuro
del precipicio altísimo; mil olas,
cual pensamiento rápidas pasando,
chocan y se enfurecen,
y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
y entre espuma y fragor desaparecen.

Mas llegan…, saltan… El abismo horrendo
devora los torrentes despeñados
crúzanse en él mil iris, y asordados
vuelven los bosques el fragor tremendo.

Al golpe violentísimo en las peñas
rómpese el agua y salta, y una nube
de revueltos vapores
cubre el abismo en remolinos, sube,
gira en torno, y al cielo
cual pirámide inmensa se levanta,
y por sobre los bosques que le cercan
al solitario cazador espanta.

Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista,
con inquieto afanar? ¿Por qué no miro
alrededor de tu caverna inmensa
las palmas, ¡ay!, las palmas deliciosas,
que en las llanuras de mi ardiente patria
nacen del sol a la sonrisa, crecen,
y al soplo de la brisa del Océano
bajo un cielo purísimo se mecen?

Este recuerdo a mi pesar me viene…
Nada, ¡oh Niágara!, falta a tu destino,
ni otra corona que el agreste pino
a tu terrible majestad conviene.

La palma y mirto, y delicada rosa,
muelle placer inspiren y ocio blando
en frívolo jardín; a ti la suerte
guarda más digno objeto y más sublime.

El alma libre, generosa y fuerte
viene, te ve, se asombra,
menosprecia los frívolos deleites
Y aun se siente elevar cuando te nombra.

¡Dios, Dios de la verdad!, en otros climas
vi monstruos execrables
blasfemando tu nombre sacrosanto,
sembrar error y fanatismo impío,
los campos inundar con sangre y llanto
de hermanos atizar la infanda guerra
y desolar frenéticos la tierra.

Vilos y el pecho se inflamó a su vista
en grave indignación. Por otra parte,
vi mentidos filósofos, que osaban
escrutar tus misterios, ultrajarte,
y de impiedad al lamentable abismo
a los míseros hombres arrastraban.

Por eso siempre te buscó mi mente
en la sublime soledad; ahora
entera se abre a ti; tu mano siente
en esta inmensidad que me circunda,
y tu profunda voz baja a mi seno
de este raudal en el eterno trueno.

¡Asombroso torrente!
¡Cómo tu vista mi ánimo enajena
y de terror y admiración me llena!
¿Dó tu origen está? ¿Quién fertiliza
por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
hace que al recibirte
no rebose en la tierra el Océano?

Abrió el Señor su mano omnipotente,
cubrió su faz de nubes agitada,
dio su voz a tus aguas despeñadas
y ornó con su arco tu terrible frente.

Miro tus aguas que incansables corren,
como el largo torrente de los siglos
rueda en la eternidad: así del hombre
pasan volando los floridos días
y despierta el dolor… ¡Ay!, ya agotada
siento mi juventud, mi faz marchita,
y la profunda pena que me agita
ruga mi frente de dolor nublada.

Nunca tanto sentí como este día
mi mísero aislamiento, mi abandono,
mi lamentable desamor… ¿Podría
un alma apasionada y borrascosa
sin amor ser feliz…? ¡Oh! ¡Si una hermosa
digna de mí me amase
y de este abismo al borde turbulento
mi vago pensamiento
y mi andar solitario acompañase!

¡Cuál gozara al mirar su faz cubrirse
de leve palidez, y ser más bella
en su dulce terror, y sonreírse
al sostenerla en mis amantes brazos...!
¡Delirios de virtud…! ¡Ay!, desterrado,
sin patria, sin amores,
solo miro ante mí llanto y dolores.

¡Niágara poderoso!
Oye mi última voz; en pocos años
ya devorado habrá la tumba fría
a tu débil cantor. ¡Duren mis versos
cual tu gloria inmortal! Pueda, piadoso,
al contemplar tu faz algún viajero,
dar un suspiro a la memoria mía.

Y yo, al hundirse el sol en Occidente,
vuele gozoso do el Creador me llama,
y al escuchar los ecos de mi fama
alce en las nubes la gloriosa frente.