jueves, 27 de febrero de 2014

Malena Teigeiro: Viaje a Grecia






Viaje a Grecia.




       -Buenos días.- Saluda la señorita a la pulcra anciana de pelo corto, teñido de blanco azulado que entra en la agencia de viajes.
       -Buenos días. Mi nombre es Matiltha, contesta la señora sentándose delante de ella en un sillón de skay negro. Coloca el bolso sobre las rodillas y espera sonriente.
       -¿La puedo ayudar?, pregunta la joven.
       -Creo que sí. Quisiera ir a Grecia.
       -¿Cómo?
       -En avión, claro.
       -Ya. Pero quiere un viaje organizado o uno pensado para usted.
       -Pues, no lo sé -la dependienta la mira sorprendida- le explico. Recogiendo papeles antiguos me encontré con unas cartas firmadas por Matiltha. Las cartas están dirigidas a mi abuela, que también se llamaba Matiltha, y resulta que por lo que he podido deducir, la otra Matiltha, la de las cartas, es prima mía y quisiera conocerla.
       -Que nombre tan curioso utilizan todas las mujeres en su familia.
       -No crea, mi madre se llamaba Judith.- Sonríe la anciana.
       -Bien. Volvamos a lo nuestro. ¿En qué parte de Grecia vive su prima?
       -No lo sé.
       -Entonces, ¿a dónde quiere ir? -La joven se arrellana nerviosa en el asiento.
       -A Grecia. Ya se lo he dicho antes.
       -Pero, a qué ciudad.
       -¡Oh!, perdone, a la que vive mi prima Matiltha. Que es judía como yo, sabe.
       -¡Ah!, pero me tiene que decir el nombre.
       -Ya se lo he dicho, Matiltha, como mi abuela y como yo.
       -Me refiero al nombre de la ciudad en donde vive.
       -Yo pensé que sabrían a qué ciudad viajaron en su huida los judíos de Alemania.
       -Señora, esto es Wisconsin.
       -Eso no tiene nada que ver. Ustedes habrán preparado muchos viajes a Grecia.
       -Sí, pero a Atenas, para ver la ruinas. Y no crea usted, que aquí la gente prefiere ir a Granada, en España, como los Clinton.
       -¿Los Republicanos también van a Granada?
       -No, esos suelen ir a Miami.
       -Ya, pero es que mi prima vive en Grecia.
    -A ver, señora, vamos a puntualizar. ¿Vive en la ciudad?, ¿en el campo?, ¿o en alguna isla? -La joven con los codos encima del tablero se inclina hacia delante ansiosa.
       -¡Ah!, es que yo no sabía que Grecia tuviera tantas cosas. La verdad es que no podría decirle.
       -Y si leyera las cartas otra vez, ¿no cree que podría enterarse de dónde vive su prima?
       -De verdad, créame, es que de ellas no deduzco nada.
       -¿Ha mirado usted el matasellos de los sobres?
      -Buena idea -la dependienta suspira tranquila- pero es que las cartas están atadas con una cinta de seda y no tienen sobre. Mi abuela lo tiraba todo. Decía: Hay que estar preparado por si nos toca salir corriendo. La pobre, recordaba su huida de Alemania.
       -Quizá si supiéramos a lo que se dedica su prima. ¿No dice algo sobre ello en las cartas? Cuando escribimos nos suele gustar contar cosas sobre nuestro trabajo.
       -Debe de poner algo; es más, seguro que lo pone, pero es que las cartas están escritas en griego y yo no sé ese idioma.
       -¿Y cómo sabe que es griego?
       -Porque mi abuela, que  se llamaba Matiltha, aunque creo que eso ya se lo dije, era muy previsora y para que no se le olvidaran las cosas, colocaba las que tenían que estar juntas, juntas, y con las cartas está la tarjeta del traductor de Griego.
       -¿Y las copias?
       -Se ve que también las tiraba.
       -Y por qué no llama usted al traductor.
       -Es que a todos nos llega el día- inclina la cabeza con respeto-, y a él ya le llegó.
       -Vamos a ver, y si no puede leer las cartas, entonces, ¿cómo sabe que es su prima?
       -Tiene que serlo. ¿Conoce usted  a muchas familias que pongan ese nombre a sus hijas? Yo no sé de ninguna.
       La dependienta suspira y se levanta. Toma un folleto de la estantería y se lo entrega.
       -Mire con detenimiento este librito. Aquí hay un viaje bastante completo.
       -¿Cuál?
       -El de la página 11.
       -Que bien, además veo que el tour sale en septiembre, así ya no hará tanto calor, porque a las personas de mi edad, sabe, no nos sienta nada bien el calor.
       La joven sigue sonriendo circunspecta mientras Matiltha ojea el folleto.
       -Sí que es completo. Seguro que si pregunto por ella en todos estos lugares, la encuentro.  Oiga, ¿y no podría usted preguntar a sus corresponsales si conocen a mi prima Matiltha? Así podría ir directamente a su casa y tendría más tiempo para pasar con ella. -La anciana con las manos cruzadas sobre el asa del bolso y la dulzura en el rostro, añade: -Además, señorita, si es hija de quien yo creo, me da un poco de miedo que se haya muerto, porque tiene que ser mucho mayor que yo.- La joven con las manos agarradas al borde de la mesa, la contempla estupefacta. Matiltha se levanta del sillón. -¿Le parece que espere a ver qué me averigua?- La joven le dice que sí moviendo la cabeza.- ¡Oh!, gracias, señorita. Es usted muy amable. Y no crea, que hoy día ya no es tan corriente.





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