martes, 21 de junio de 2016

Malena Teigeiro: La muchacha vestida de amarillo

Ronda de Noche
Rembrandt

Willen Bannick cena y almuerza siempre en el comedor de su palacio. Delante de él, un gran ventanal le permite contemplar el canal y una de las aceras. A esa hora pasa el cambio de guardia de los arcabuceros. Los mira con desprecio. Mas desprecio todavía siente hacia los que los siguen y aplauden. ¿Qué sería de ellos si hombres como él no trabajaran para pagar sus salarios? En cambio, a él, cuando pasa por la calle lo miran con envidia y no lo abuchean porque no se atreven. Le cobran grandes impuestos y la Hacienda lo acucia hasta extenuarlo. Aquella noche entre los soldados va una rubia joven. Sorprendido la contempla. Algo en ella no cuadra con sus ricos vestidos, quizá es el pollo colgado de su cintura. 
         Willen Bannick  se desata la servilleta del cuello y se acerca a la ventana que no abandona hasta que la joven desaparece. Era hermosa y reía con alegría, piensa. Al día siguiente, espera impaciente ver pasar al cambio de guardia. La joven no está. Cena inquieto. Al cuarto día la vuelve a ver. Pide su capa y embozado,  sale a la calle. Sigue la ronda. Le molesta el olor de la soldadesca y cierra más el paño sobre su cara.  Logra acercarse a la joven. Ella lo mira sorprendida. 
         —¿Es usted arcabucero?
—Sí —miente con descaro.
         La joven desata el pollo de la cintura y se lo entrega. Ante su sorpresa, exclama que se lo ha dado su madre, que ha muerto por las fiebres hace ya unos años, pero como los arcabuceros se han encargado de cuidarla y mantenerla, de vez en cuando, su madre, en sueños, le dice dónde se encuentra uno que pueda robar.
         — Y yo, señor, se los regalo a los pobres arcabuceros que tan bien se portan conmigo. 
Willen Bannick le agradece el gesto y con un poco de miedo, guarda el pollo debajo de su capa. Después le pregunta cuándo podrá volver a verla.
         —Cuando quiera. Y gracias por cuidarme. 
         La joven, de un salto, lo besa. Luego corre y se une a la partida. Willen Bannick la ve partir. Es casi una niña, piensa. Días después, mientras cena, vuelve a contemplar el paso del cambio de guardia. 
         —¿Conoce a la joven que lleva el pollo atado a la cintura? —pregunta a su mayordomo.
—Sí, señor. Anouk, es una conocida mujer de la vida.
—¿Una mujer de la vida? ¡Si no tendrá más de trece años!
—No crea, por lo menos quince. 
—Eso ya es otra cosa, pensó mientras se levantaba de la mesa decidido.
Bajó a la calle y siguiendo a los soldados, poco a poco, se fue acercando a ella. Su vestido amarillo, de cerca, no parecía ni rico ni nuevo. 
—Anouk, grita.
La muchacha gira la cabeza. 
—Hola, señor. Hoy no puedo darle el pollo, le muestra la cintura vacía. Ya se lo regalé a un arcabucero que acaba de entrar en el cuerpo.
—¿Y mañana?
—Si me deja degustarlo con usted, y lo disfrutamos juntos, es suyo —dice pícara, coqueta, plantándose delante de él con los brazos en jarras. Él, sacándose el guante, le acaricia la mejilla con sus bien cuidados dedos, mientras le dice dónde vive.
Willen Bannick con los ojos entrecerrados contemplaba a su ya casi anciana esposa, propietaria de los florines que fueron la levadura para amasar su fortuna. Entre sus dedos, los huesos de un muslo de pollo al que sus escasos dientes arrancan la carne. Aquella noche la dama viste de recamada seda amarilla.



 © Malena Teigeiro

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