lunes, 5 de septiembre de 2016

Ramón L. Fernández y Suárez: THE "One Dollar" COUNTRIES

Vietnam



No, no es mi intención utilizar la lengua de Shakespeare para contaros esta historia. Pero la tentación de usarla es demasiado grande como motivo de inspiración para reflejar las impresiones, ideas y vivencias que una reciente excursión al sureste asiático ha suscitado en el mecanismo que hace detonar mi necesidad de evidenciar cuanto de goce o de padecimiento marca mi peregrinaje por la vida.

En nuestra sociedad, informada hasta la saciedad por los modernos y altamente tecnificados medios de comunicación rápida y masiva, no es difícil conocer el resultado de unas elecciones en el confín opuesto del planeta por el que discurre nuestra existencia. De igual modo, el terrible resultado de un violento terremoto puede ponernos de relieve la existencia de un punto geográfico del cual con anterioridad carecíamos de referencia. Por ello es frecuente que fieles seguidores de la actualidad internacional puedan hablar con amplitud, y hasta con autoridad y eficacia, de acontecimientos que no han presenciado. Sin embargo, es también un hecho cierto que difícilmente puedan transmitirnos sensaciones y/o emociones no experimentadas en relación a dichos acontecimientos. Y es precisamente de este aspecto de aquello de lo que ahora nos proponemos dejar unas consideraciones por escrito.

Vietnam y Camboya han vivido, como otras regiones del planeta encarnizadas luchas de carácter cultural y bélico. Ambos países, de identidad política reciente, muestran grandes vestigios de sucesivas invasiones que les han aportado sus peculiaridades y visibles diferencias. La rica pléyade de identidades étnicas que les habitan configura hoy la base misma de esas complejas diferencias. El impacto que la cultura occidental ha ocasionado en estos países que hasta hace muy poco identificábamos con el sugerente nombre de Indochina, no ha dejado en ellos sino el delicado esmalte que ahora exhiben, tras las restauraciones de post-guerra, ciudades como la emblemática Saigón. La anterior presencia de portugueses e italianos es ahora solo una sombra del período pre-colonial. Pero no es la etapa colonial de los Siglos XIX y XX la que ha impreso en dichas sociedades sus principales señas de identidad.

Es durante los siglos del Medioevo europeo cuando se produjeron las grandes migraciones e invasiones procedentes de la China milenaria y del ya entonces legendario sub continente indio. Invasiones que adobaron con su espiritualidad el cambiante panorama cultural de ambas regiones. El budismo y el confucianismo moldearon en mayor medida el pensamiento y las tendencias conductuales que aún hoy pueden apreciarse con toda claridad en sus modos de desarrollar la relación social.

Párrafo aparte merece el análisis de las relaciones socio-culturales influidas por las variantes de la religión hindú, cuya espléndida y enigmática presencia nos deslumbra en templos tales como el conocido por Angkor Wat, colosal arquitectura de dimensiones sorprendentes que se abre en medio de la indómita selva tropical para exhibir con natural orgullo la sensualidad elegante que sus talladas piedras nos transmiten.

Vietnam, no obstante, tiene sus campos saturados de pagodas y de templos donde la presencia de Buda nos aleja de todo regocijo. Sidharta Gautama parece orientarnos hacia el silencio y la meditación. Sus moradas nos alejan del místico placer de la sensualidad al que parecen invitarnos las imágenes de Visnú y Shiva. Místicos ejercicios que compendia el Kamasutra.

Pero una vez esbozado el escenario, demos paso a los actores quienes, de modo silencioso y colectivo, nos permiten adentrarnos a través de formas más o menos cercanas a la realidad del siglo XXI en el atrayente universo de la cultura oriental. Puedo decir, al igual que Marco Polo, que fui allí por especias y descubrí la seda. El suave tacto de este inigualable tejido natural ha de conducirnos entonces por las secretas sendas de la opulencia espiritual que dichas exóticas culturas atesoran. Sí, las sencillas y modestas manifestaciones de las diferentes formas de orientar las relaciones humanas tienen mucho del suave crujir de tafetanes y tisúes. Y en medio de los casi  constantes calores asfixiantes dan el tono de sosiego del que hacen gala los habitantes de estas regiones, para nosotros lejanas y apartadas.

Pero, ¿es el suyo un apartamiento solo geográfico o lo es también de marcado alejamiento cultural? Salta a la vista que la adaptación al medio natural crea visibles peculiaridades en la imagen individual y colectiva de cada grupo humano. Pero la inmersión en cada grupo por parte de foráneos, por muy superficial que sea, siempre permite descubrir esas distintas notas que dan el tono característico a la espiritualidad (psicología llamarían algunos) que se desarrolla colectivamente gracias al entorno físico y racial. Vistos con una rapidez que impide toda profundización, es advertible en ambos colectivos nacionales el predominio de una paciente actitud frente a la vida que con frecuencia vemos perseguir infructuosamente en el mundo occidental. Aunque este rasgo de carácter no parece hacerles renunciar a luchar con tesón y dinamismo por sus propios intereses cuando estos se ven amenazados. Como muestra de esta observación, en la mente de todos está la terrible experiencia bélica que arrojó de estos países a los ejércitos francés y norteamericano a mediados del pasado siglo. Es por tanto, a mi entender, una doble vertiente que separa a ambas religiones y culturas entre sí y en relación a nuestra cultura bañada por aguas diferentes. Allí, como en casi todos los rincones del planeta, de modo consciente o inconsciente, dirigido o combatido, el reflejo de las creencias religiosas (descubiertas o creadas) da vigencia al marco de las actitudes colectivas, aún muchos siglos después de su aparición y desarrollo, configurando sus modos de pensar y  reaccionar.

El universo vietnamita actual continúa revestido de la ética budista. Camboya, en cambio, ve prevalecer la ya ultra lejana concepción védica del universo que alimenta su constante apelación al sanskrito.
Camboya

Pero la cotidiana realidad de estos países, emergentes de las guerras y de la secular pobreza, hiere nuestras conciencias sin descanso cuando a cada momento y por doquier: en las calles de Hanoi o de Da Nang, a la entrada de un templo en medio de la selva, a bordo de una barca en mitad de un lago de rojizas aguas o en el mismísimo delta del Mekong, cientos de ángeles de ojos rasgados y de piel morena te ofrecen naderías al son de dos palabras “one dollar, one dollar”; y ves que su horizonte infantil no es a corto plazo sino el muy estrecho círculo de la miseria que sus padres son incapaces de combatir por el fortísimo impacto de la natalidad que tiene lugar entre la generación post bélica. Viet Nam, por ejemplo (95 millones de habitantes) ostenta una media genérica que no supera los cuarenta y cinco años.

Te angustia entonces la realidad presente de estas generaciones que pacientemente, cual el budismo les enseña, se enfrentan a un futuro no exento aún de políticas preocupaciones en el que antiguos aliados pueden reconvertirse en potenciales enemigos desde la fuerza que da el implacable peso de los números. Se nos ocurre pensar entonces que puede que aún nos hallemos en el siglo XI.




© Ramón L. Fernández y Suárez

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