sábado, 1 de abril de 2017

Amantes de mis cuentos: ¿Habla usted cubano?


La permanente, 1934




“El idioma –el castellano, el español-
llega a ser para nosotros como un licor
que paladeamos y del cual no podemos
prescindir… Ya somos con tanto beber de
este licor, beodos del idioma”. Azorín







Conste que no me gusta andar en dimes y diretes.

Ya se sabe que al más pinto de la paloma se le va un comentario de vez en cuando pero, mi problema es que…, siempre me veo envuelta en algún run-rún. Yo no soy la que saca el chisme, cuando comienzo hablar ya lo sabe hasta el pipisigayo. Lo único que hago es propagarlo.

Una amiga me dice que eso me lo da la profesión: soy peluquera. Me recomienda que siempre tenga la boca cerrada pero no puedo. Soy cagaíta a mi madre y contra eso no puedo hacer nada. Ella siempre estaba en el tibiri-tabara, en cambio, no se buscaba problemas. Una vez, una vecina que era retama guayacol, casi le forma un titingó. Y mi madre le dijo:

-Déjate de cancaneos y no arrugues que no hay quien planche.

Tenía ese don de decir las cosas sin que repercutieran en ella. Yo soy todo lo contrario: hasta cuando quiero halagar, espanto. Y no es que me levante siempre con el moño virado, es que soy así.

Ayer una clienta me dijo con rintintín:

-Fíjate… tu esposo trabaja en cuero y tú… en pelo.

Me callé a tiempo. Es verdad que él es talabartero, pero dicho así parece que vamos desnudos por la vida, por mi parte no le dije nada de su marido. Y eso que tenía tela por donde cortar porque hay que ver lo que le gusta chuparle el rabo a la jutía.

Me ha salido una ñañarita en el calcañal y llevo todo el día a la pata coja. Le ronca el merequetén con la cantidad de trabajo que tengo. Creo que una asidua me está sapeando. Ésta es una picúa que ni te quiero contar, pero como es de la clientela le tengo que decir que lo que trae puesto le queda que ni pintado. Parece un cocomacaco la mayor parte de los días, pero ella considera que va con todos los hierros. Justo hoy, que el local lo tengo lleno, viene hacerse la permanente y alardea de saber más que las bibijaguas. Mira tú, si en el pueblo todos nos conocemos y no terminó ni primaria.

Otra de mis habituales, la pobre, se tiene creído que su hijo es digno de admiración. Y todo el mundo sabe que el interfecto es buche y pluma na’má.

Oigo cada cosa que cierro los ojos pero como no cierro el pico, así me va.

Me he llevado tremendo disgusto porque a una amiga, el marido…, se lo dije cuando todavía eran novios, le ha salido un punto filipino de cuidado. Bueno… igualito que su padre, que estaba guillao. Anteayer se formó un salpafuera. Salió el tema en la peluquería y ahora he perdido su amistad.

Llegó con un jipío diciendo que no esperaba eso de mí. Casi le dio una sirimba y por mucho que quise apaciguarla no me dejó. Sigue con la misma matraquilla: que si ya no puede confiar en mí, que si sus problemas los grité a los cuatro vientos. Con esta me cayó carcoma. Y la pobre se está comiendo un cable con cuatro hijos y ahora sin marido.

Le zumba el mango que a través de otra conocida tenga que ayudarla porque si es verdad que me fui de lengua también es cierto que lo hice sin mala intención.

¡Si pudiera callarme! pero ¡qué culpa tengo yo de ser así!


Ahora mismo, tengo un glu glu en el estómago, porque me han contado… No… Esto… no lo debo soltar.







© Marieta Alonso Más

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