martes, 17 de octubre de 2017

José Carlos Peña: El sillón del abuelo

Sillón estilo Luis XV


                                




El sillón, que ahora permanece vacío, proyecta en nuestra imaginación una imagen equivocada de quién fue el abuelo.


Lo recordamos, cuando todavía no era un anciano, sino un hombre maduro, sentado allí, con el periódico en el regazo, viendo morir la tarde frente al ventanal y esperando la cena.


Otra imagen más reciente que todos compartimos también es la de el abuelo sentado entre las altas orejas de cuero, con el cuerpo marchito, un jerez en la mesilla, un libro sobre la manta de cuadros y la mirada perdida más allá de los cristales empañados.


Pero el sillón, y nuestra memoria, nos engañan.


Anoche, entre bromas y veras, copas y cigarros, dedicamos un buen rato a hablar del abuelo, y todos terminamos admitiendo que tenemos una idea equivocada de él, o por lo menos incompleta.


La mayoría de nosotros lo recordábamos así, sentado en el sillón, unas veces abstraído e inmóvil, y otras atento a cuanto pasaba a su alrededor, dirigiendo con su voz áspera y grave la vida cotidiana de la casa donde crecimos; pero sabemos muy bien que se pasó media vida viajando para levantar el negocio, que se casó dos veces y los numerosos frutos de aquellos matrimonios estábamos allí, anoche, tomándonos unas copas y brindando a su salud.


Combinando los recuerdos de unos y de otros, jóvenes y mayores, podíamos reconstruir  toda una vida volcada en los problemas y avatares del día a día en una bodega, en sus frecuentes viajes, los dos libros que consiguió publicar, los numerosos amoríos que se le atribuyen y otros que se dan por supuestos. Una vida donde no faltaron las trifulcas políticas relacionadas con los asuntos del pueblo, que le granjearon el respeto, y también el odio, de numerosas personas de lo más diverso; a muchos de las cuales ni siquiera conocíamos, ni sabíamos de su existencia, hasta que acudieron al cementerio el día del entierro.  Una vida plena de experiencias, sinsabores, éxitos y frustraciones cuyos detalles más íntimos quedarán para siempre sumergidos en el olvido.


Y, sin embargo, nuestra memoria se empeña en evocar la imagen de un hombre sentado en un sillón, con un libro y un jerez y la mirada perdida.


Ahora que el abuelo no está, el sillón permanece vacío, con el cuero reluciente y el desgastado cojín arrugado en una esquina.


Anoche, algunos nos preguntábamos si es justo que la única imagen que perdure de él sea esa. Si no será completamente insensato reducir, en nuestra memoria, toda la complejidad de la existencia  a la figura de un hombre, anciano y abatido por los años, sentado en un sillón junto a la ventana.



© José Carlos Peña

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