lunes, 11 de diciembre de 2017

Socorro González-Sepúlveda Romeral: La despedida

                         
Foto: Socorro González-Sepúlveda
San Martín de Montalbán
     
                                     
El viento se colaba por las rendijas de las puertas y llegaba hasta los hombres sentados alrededor de la lumbre. Otras veces, entraba por la chimenea llenando  la cocina de humo. Era una mañana de febrero desapacible, fría. Algunos parientes y vecinos habían venido a despedir al soldado: estaban allí, con sus caras redondas, rojas por el calor del fuego, serias por las circunstancias.

-Mala suerte -dijo un vecino- tocarle África.

-Es muy lejos. No podrá venir mucho con permiso -dijo otro.

-Los moros son traidores. Ándate, con tiento -dijo un tercero, después de beberse el vaso de vino, que iban llenando y pasando de uno en uno.

Era el hijo mayor el que marchaba a África. Nunca había salido más allá de la capital de la provincia. La madre había buscado alguna recomendación entre sus conocidos, pero nadie sabía de ningún militar de alta graduación. Ella no se arredró y escribió, directamente, al Capitán de la Compañía. Le dijo que cuidara de su hijo, que le recomendaba lo que más quería. El Capitán contestó con una carta muy bonita, que ella enseñaba orgullosa a todo el mundo.

Al otro lado de la cocina, junto a la puerta de la cuadra, los hermanos rodeaban al quinto. Estaban tristes. Miraban el suelo mohínos sin saber que decir. Solo los más pequeños hacían broma y pedían cosas a su hermano.

-Cuando vuelvas, tráeme unas medias de cristal -dijo la hermana.

-A mí un cinturón de plexiglás -saltó la niña─. Ya soy mayor.

-¡Yo quiero ir contigo! -Añadió el más pequeño.

Él simuló ir a la cuadra para que no notaran su emoción.

Llegó la hora de marchar. Uno por uno, fueron abrazando al soldado. La madre lloraba; los pequeños también. El padre, como hizo con él el abuelo, le dio  su bendición. Los vecinos miraban la escena. Él salió deprisa de la cocina. Al pasar por el patio, se fijó en los gatos que tomaban el sol y en el par de palomas que picoteaban tranquilamente. Sin volverse, salió a la calle para reunirse con los otros quintos. El autocar los esperaba a la salida del pueblo.


© Socorro  González- Sepúlveda Romeral                               
           

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