lunes, 15 de enero de 2018

Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia 1863- Cercedilla 1923).






A los dos años se quedó huérfano y fue criado por unos tíos que con sus menguados ahorros, al cumplir los catorce, le enviaron a estudiar dibujo en la escuela de artesanos de su ciudad natal, al mismo tiempo que trabajaba en el taller de cerrajería de su tío. Sus esfuerzos se vieron recompensados pues dos años más tarde, Sorolla era admitido en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, en Valencia.

La plena dedicación al arte fue su rasgo más característico. Obtuvo diversos premios en exposiciones valencianas y en la nacional de Madrid.  En 1885 marchó a Roma, con una beca de la diputación de Valencia para estudiar a los maestros del Renacimiento y del Impresionismo, y allí residió hasta 1889, salvo cortos viajes a Paris, 1885; Madrid, 1887 y Valencia, 1888; éste para contraer matrimonio con Clotilde, hija del fotógrafo Antonio García, uno de los más fieles protectores de Joaquín.

Durante treinta y cinco años, Clotilde fue quien organizó su casa, sus finanzas, la educación de sus tres hijos, los asuntos domésticos… Para que nada pudiera distraer a Sorolla de su trabajo.    

A su regreso a España pasó a vivir en Madrid, donde en la exposición nacional de 1895, le fue concedida una primera medalla por el cuadro «Y aun dicen que el pescado es caro» lienzo donde la protesta social halla su expresión en los rostros de los pescadores que atienden a su compañero herido.
  
Y luego dicen que el pescado es caro

En la nacional de 1901 se le otorgó la medalla de honor por el conjunto de las obras presentadas. Concurrió en repetidas ocasiones al Salón de Paris y las primeras bienales de Venecia, y participó en otros muchos certámenes internacionales -Viena, Berlín, Múnich- obtuvo entre otros, el premio de honor de la universidad de Paris, en 1900. 

En 1906 celebró una gran exposición en las galerías George Petit, de la capital francesa, donde reunió hasta 500 obras entre cuadros y apuntes. Ya por entonces había empezado a pintar en diferentes lugares de la Península, así como a emprender viajes por otros países con motivo de sus exposiciones, como la de Londres, en 1908, y la de la Hispanic Society, de Nueva York en 1909, que después pasó a Búfalo y Boston.

La trata de blancas

En 1910, Sorolla era un pintor de renombre internacional. Los críticos le aclamaron como maestro de la luz. Era un genio para captar la carga dramática de un momento fugaz. Durante sus cinco meses de estancia en los Estados Unidos de América, pintó numerosos retratos, entre ellos el del presidente Taft. Tan solicitados fueron sus cuadros que en vida fue el pintor español más rico de su tiempo.

En 1911 volvió a Norteamérica con motivo de sus exposiciones en Chicago y San Luis, ambas patrocinadas por la Hispanic Society, y firmó con el presidente de la misma, Archer M. Huntington, un contrato para decorar la biblioteca de dicha institución con temas representativos de las diversas regiones españolas  –un total de catorce paneles de 70 metros de longitud por 3,5 metros de altura– que ocupó al pintor de 1912 a 1919, mostrando en ellos con singular maestría una arrolladora visión de España, con sus curtidos campesinos abulenses, sus bronceados pescadores valencianos, sus alegres bailaores andaluces...
 
La fiesta del pan. Castilla

Elegido en 1914 miembro de la Real Academia de Bellas Artes, cinco años después pasó a desempeñar la cátedra de colorido y composición en la escuela de San Fernando de Madrid.

Apenas habían sido embalados los paneles para su envío a Nueva York, Sorolla sufrió un ataque de hemiplejía ante su caballete. Durante tres años los especialistas lucharon inútilmente por sacar al pintor de su trágica parálisis. No pudo ser. El 10 de agosto de 1923, Joaquín Sorolla moría en Cercedilla.

A su muerte dejó una gran obra, cuyo catálogo sobrepasa los dos mil doscientos lienzos, cinco mil dibujos, así como unos dos mil apuntes, que hacen de Sorolla el más fecundo de los pintores españoles y testifican su afán por el dominio artístico que hizo de él no solo uno de los pintores más destacados de nuestros país, sino también un extraordinario folklorista gráfico.

Clotilde le sobrevivió solo cinco años. En su testamento legó la residencia de Madrid al pueblo español. En 1932 pasó a ser el Museo Sorolla, donde se conservan trescientos lienzos, ochocientos apuntes y más de cuatro mil quinientos dibujos de su mano.

Joaquín Sorolla representa, en la pintura española de finales del siglo XIX y principios del XX, el momento de mayor auge de la pintura de tipos y paisajes, así como la culminación de un impresionismo que adquirió en él rasgos muy peculiares, debido a su entronque con la tradición pictórica española.


Desnudo


                     

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