miércoles, 27 de marzo de 2024

MJ Pérez: El final de la canción

 


 

Me gustan mucho las series de televisión. Es habitual que, de vez en cuando, alguien pregunte si somos más de series que de películas. Yo siempre elijo las series. Los capítulos de cualquier ficción seriada suelen durar menos que una película. Además, al tratarse de tandas de episodios puedes conocer mejor a los personajes, conectar con ellos y llegar a tenerles cierto cariño. La historia se amplía y puedes conocer más detalles, ver más allá de la superficie.

Fue justo en una de estas series (esta, en concreto, la estoy volvieron a ver) donde soltaron una frase que me hizo reflexionar. No recuerdo las palabras exactas, pero venía a decir que toda canción tiene su final y, aunque lo sepamos, debamos disfrutar de la música y de la letra. Era una metáfora, claro. Sobre la vida, sobre las experiencias y sobre nuestra huella en el mundo.

Cuando somos jóvenes no nos damos demasiada cuenta de estas cosas. Pensamos que la vida sigue y que tendremos tiempo, que ya llegaremos a ese punto. Pero, ¡ay queridos míos!, el tiempo se acaba y llega, de manera inevitable, el final. Por ello, como comentaban en la serie, tenemos que aprovechar cada verso de nuestra canción, como nota que nos suena en el oído. Porque este momento, este que ahora mismo te parece un detalle insignificante, no volverá y (de un modo o de otro) acabaremos por echar la vista atrás y pensar en él con nostalgia.

A veces tenemos el corazón tan roto que es imposible disfrutar del camino, ver el sol tras la tormenta. Pero (por desgracia) solo tenemos una oportunidad. No existen las vidas extras como en los videojuegos. No hay segundas oportunidades. Así que, debemos recordar que lo importante es el ahora, que el mundo está forjado en el caos y que hay que tratar de lidiar con él, abrazarlo y disfrutarlo.

Porque, como la mejor canción, la vida también toca a su fin.

 

© MJ Pérez

sábado, 23 de marzo de 2024

Julia de Castro: Malasanta de Antonio Tocornal

 



 

La novela que os traigo, Malasanta de Antonio Tocornal, no es una lectura ligera ni cómoda. El autor se encarga de ponernos delante de las narices una historia tan sórdida que hay que hacer gran acopio de fortaleza para asomarse a sus páginas.

Tocornal nos presenta una realidad descarnada y dura y no esconde las imágenes más escalofriantes e impactantes en un relato cruelmente realista y a la vez, tremendamente tierno y hasta, de alguna forma, humorístico.

Malasanta pasa gran parte de su vida, desde su nacimiento, en el prostíbulo de doña Expiración donde, al alcanzar la edad suficiente, comienza a ejercer el oficio de su madre. Tal vez no había más alternativas para alguien que no ha conocido otro mundo. Tras años en el lupanar del pueblo de La Ciénaga, consigue huir para diluirse en la ciudad.

Esta novela se desarrolla en seis escenas que corresponden a las edades de Malasanta: cinco, quince, veinticinco, treinta y cinco, cuarenta y cinco y cincuenta y cinco años, mostrando en cada una de ellas una mujer diferente que no es otra cosa que el resultado de lo vivido en las anteriores.

Malasanta y su autor han decidido hacer visibles a los desdeñados de nuestra sociedad. Habla claro y en voz alta de situaciones totalmente actuales y flagrantes que se plantean a nuestro alrededor pero que molestan y por tanto se ignoran.

Esta mujer que aúna en su nombre lo que es en su vida real, va a golpear nuestras conciencias y, seguramente, a revolvernos el estómago, paseando entre la podredumbre vestida sola con su ingenuidad.

Merece la pena, y mucho, atreverse a conocer a Malasanta. Dejará huella en nuestras conciencias.

 

© Julia de Castro

Mi otoño en libros

Octubre 2023

jueves, 21 de marzo de 2024

Julius Robert Oppenheimer

 



El «padre de la bomba atómica» debido a su destacada participación en el Proyecto Manhattan, el proyecto que consiguió desarrollar las primeras armas nucleares de la historia, durante la Segunda Guerra Mundial.

La primera bomba nuclear fue detonada el 16 de julio de 1945 en la Prueba Trinity, en Nuevo México, Estados Unidos.

Siempre expresó su pesar por el fallecimiento de víctimas inocentes cuando las bombas nucleares fueron lanzadas contra los japoneses en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.

Después de la guerra ocupó el cargo de asesor jefe en la recién creada Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos y utilizó su posición para abogar por el control internacional del poder nuclear, evitar la proliferación de armamento nuclear y frenar la carrera armamentística.

En 1953 se le apartó de todo secreto atómico por razones de seguridad nacional, como sospechoso y se le sometió a una severa investigación. Oppenheimer pudo continuar escribiendo, trabajando en física y dando conferencias.

En 1963 la concesión a Oppenheimer del premio Enrico Fermi fue uno de los actos característicos de la nueva actitud que tomó la Administración Kennedy respecto a la estima por los científicos y por los intelectuales americanos en general y, en cierto modo, una rehabilitación por las acusaciones injustas de que había sido víctima.

Robert Oppenheimer nació en Nueva York el 22 de abril de 1904 y murió el 18 de febrero de 1967. Solía decir que la física y el desierto eran sus dos grandes amores.

En 2023, hemos podido ver la película «Oppenheimer» de Christopher Nolan.

¿Le gustó?

martes, 19 de marzo de 2024

Liliana Delucchi: La carta

 


—¿No es temprano para una copa?

Augusto se sobresaltó al escuchar la voz de su esposa. Con un gesto rápido abandonó el vaso sobre la encimera donde se encontraban las bebidas, no antes de poner debajo de la licorera el papel que llevaba en la mano.

—La necesitaba. Ha sido un día duro —respondió intentando controlar su voz—. ¿A qué hora es la cena?

La mujer sonrió desde el rellano de la escalera y le pidió que se diera prisa, ella se cambiaría enseguida. Él contempló su figura elegante subiendo los escalones y un escalofrío recorrió su cuerpo ante la visión de la espalda alejándose. La amaba. No podía perderla. Pero esa carta…

Estuvo ausente durante la velada, avergonzado ante las frases hechas y su discurso plagado de lugares comunes que despertaron en más de un momento la curiosidad de algunos de los comensales. Son demasiado educados como para hacer preguntas, se dijo mientras al finalizar la cena retiraba la silla de la desconocida que habían sentado a su lado.

Cuando algunos se reunieron en la terraza para fumar, no pudo evitar la pregunta de Carlos, su mejor amigo, ante su actitud. Augusto movió la cabeza negativamente aludiendo al resto de los presentes y le contestó que ya hablarían.

Durante el viaje de regreso, el silencio se había instalado en el coche, aunque ello no le impidió descubrir una muda interrogación en el rostro de su esposa. Ese rostro adorado al que él había impuesto un dejo sombrío y que deseaba borrar, pero, ¿cómo?

Sintió una especie de alivio cuando vio a lo lejos su casa; los criados habían dejado las luces del salón encendidas y, por un instante, creyó que la iluminación llegaría también a sus pensamientos, que encontraría una solución.

Irene estaba cansada y prefirió acostarse.

—Enseguida subo —le dijo mientras besaba su pelo— antes quiero ver unos papeles.

No mentía. Tenía que ver un papel, pero no de trabajo.

Se arrellanó en su sillón favorito. Con las manos sobre las rodillas y la cabeza contra el respaldo, fijó la mirada en la licorera. Allí estaba, debajo de una de las botellas, una carta doblada en cuatro, releída, arrugada y fatídica.

 

«Querido mío: ¿Puedo seguir llamándote querido mío?

Ojalá no fuera tan tonta cuando escribo. Las palabras se asustan y se me escurren al intentar atraparlas, aunque puede que haya una que no se me escape. Arrepentimiento. Sé que fui injusta o desleal, si lo prefieres, al huir de aquella manera, pero no pude contenerme. Viví momentos felices y de los otros, pero siempre, en algún instante tuve un recuerdo para ti.

¿Hay un lugar en tu vida para esta mujer a la que amaste y que te amó?

Prometo enmendar el pasado.»

 

No ha cambiado, pensó Augusto, hasta el garabato de la firma sigue siendo el mismo, entonces pudo contemplar en la transparencia de las cortinas del salón movidas por el aire, la imagen deslucida de una mujer que había sido la suya. Recordó aquella otra nota, con una sola palabra: Adiós.

Había salido a la calle, a buscarla entre un viento otoñal que ululaba con voz de pérdida y separación. No la encontró. Ni él, ni la policía, ni los detectives a los que contrató. Diez largos años de pesquisas, imaginándola por senderos furtivos, preguntándose qué había hecho mal, dónde estaría y con quién.

Diez largos años de soledad, de manos que apretaban su hombro con intención de consuelo, de noches a solas junto a la licorera que se vaciaba más rápido que de costumbre.

Y entonces apareció Irene, con su dulzura, su sonrisa, sus manos aladas… Y el dolor de la pérdida se esfumó.

«Ausencia con presunción de fallecimiento». Fue lo que dictaminaron los jueces, una sentencia que lo inscribió como viudo y le permitió casarse con Irene.

Esa tarde el pasado había vuelto, con los dientes largos de un dragón que intenta rasgar los sueños para transformarlos en pesadilla. El hombre sentía esa mordedura en las entrañas, el veneno de la incertidumbre, el desmoronamiento de su felicidad.

Augusto se acercó al piano para contemplar la foto de su segunda boda. Ella estaba tan hermosa, él tan contento.

Otra copa y subo. Una más ¿Cuántas llevo?

Sintió el sorbo de alcohol deslizarse por su garganta como un fuego que transformaba su perplejidad en ira. Ira por diez años de dolor, de inseguridad y vacilaciones. Ira ante ese temor que le hacía tamborilear los dedos sobre el brazo del sillón, con la cabeza gacha y la respiración agitada. Ira ante un futuro que temía despedazara su presente impecable.

En ese momento escuchó una puerta que se abría en el piso de arriba, levantó la cabeza hacia la balconada y vio a Irene, sonriente, esperándolo.

Subió los escalones con la pesadumbre de quien se acerca al cadalso y su mano insegura tendió el papel maldito a su mujer. No vio gesto alguno en su rostro mientras lo leía, solo le preguntó qué pensaba hacer.

—Está muerta. —Respondió airado— Lo dijeron los jueces.

Ella esbozó una sonrisa y rompió la misiva en pedazos antes de contestar:

—Los muertos no escriben cartas.

© Liliana Delucchi

domingo, 17 de marzo de 2024

Paseos por Madrid: Pabellón de los hexágonos (Casa de Campo)

 


Grandes renovadores de la arquitectura moderna son bien conocidos: Le Corbusier, Frank Lloyd Wright, Oscar Neimeyer… y tantos otros. Pero ¿quién de nosotros conoce al madrileño José Antonio Corrales Gutiérrez y al gallego Ramón Vázquez Molezún?

Pues estos dos grandes arquitectos españoles se llevaron el primer premio de Arquitectura en la Exposición Universal de Bruselas en el año 1958. Medalla de Oro. El Pabellón de España, el de los hexágonos, compitiendo con 44 países, nada más y nada menos, fue el ganador. Ni siquiera el Atomium, ni el Pabellón Philips de Xenakis pudieron hacerle sombra.

En aquel momento supuso una revolución para la arquitectura moderna al ser una estructura flexible, desmontable, formada por 130 hexágonos, en una especie de paraguas invertidos que podían recoger el agua de lluvia y desaguar por sí mismos a través de un fuste que facilitaba la evacuación a una arqueta que a la vez servía de cimentación y desde allí era conducida a la red de saneamiento.

Muy alabado por la crítica internacional fue uno de los proyectos más destacados por la relevancia y la admiración que despertó en su momento y que aún despierta. Un mito de la arquitectura moderna española.

Tras la Expo’58 lo trasladaron a la Casa de Campo en Madrid. Se instaló con algunas variaciones sobre el original para la IV Feria Internacional del Campo del año 1959. Una superficie construida a base de acero, vidrio, aluminio, ladrillo, de unos 2.954 metros cuadrados.

Inexplicablemente, sin uso y abandonado por unos y otros y otros y uno, se fue deteriorando hasta llegar a un estado ruinoso. Cayó en el olvido. Y se convirtió en uno de los secretos mejor escondidos de la Casa de Campo.

En el año 2020 comienza una nueva restauración, se hacen visitas guiadas gratuitas para darlo a conocer. Ojalá que ese proceso de rehabilitación llegue a buen término, que no se quede estancado en el camino, para que los madrileños y todos aquellos que nos visitan puedan disfrutar de la historia, de tantas joyas arquitectónicas y culturales que ofrece Madrid.




Madrid, seduce.


viernes, 15 de marzo de 2024

Nuevo Akelarre Literario nº 102: Mujer asomada a la ventana





Óleo de Caspar David Friedrich. Antigua Galería Nacional de Berlín. 

Esta pintura ha dado lugar a historias sobre una querida tía, una viuda, una joven curiosa y una mujer enamorada.





Pinchad en el link y disfrutad


https://www.nuevoakelarreliterario.com/mujer-asomada-a-la-ventana/